lunes, 2 de junio de 2008

VALPARAISO: ESPACIO EDUCADOR

"Los encantados"
Óleo y collage sobre tela y madera
70x80


Luciano René San Martín Gormaz




Mario Gennari dice que la ciudad como territorio habla de sus orígenes, sus tradiciones y sus habitantes; de sus leyes, de sus estratificaciones sociales y nos muestra, mediante la historia de su diseño urbano, la misma historia de los hombres que han habitado en ella.

Valparaíso es una ciudad que por su peculiar organización arquitectónica, o mejor dicho por la disposición de la arquitectura sobre el espacio geográfico, potencia de sobremanera las identidades y desarrollos locales y territoriales. Sin embargo, la ciudad guarda una peculiaridad en su percepción global: su natural forma de anfiteatro mirando hacia el mar le permite ser captada en su totalidad desde prácticamente cualquier punto de ella.

Esta característica que no solamente guarda la connotación de “mirar” o de tener “vista” al mar, que tanto agrada al turista o al visitante, permite por sobre ello que el porteño perciba diariamente que forma parte de un algo mayor. Pensamos que el simple hecho de que el habitante diariamente se pueda observar de manera integral, como quien se mira al espejo antes de salir cada mañana, provoca un sentido de pertenencia que le posibilita el espacio geográfico semantizado.

Pero, además, creemos que la organización urbana de la ciudad no se genera ni se articula de manera independiente de la identidad que el porteño construye de su ciudad.

Si observamos con atención, nos daremos cuenta que el denominado casco histórico de la ciudad es un espacio urbano que no necesariamente ocupa el propio habitante y que en gran porcentaje está ocupado por el área de comercio, servicios y la actividad bursátil. Gran parte de la gente que ocupa y trabaja dicho sector proviene de ciudades cercanas a Valparaíso.

En un segundo ámbito es necesario considerar que de la ciudad original, bullente, marinera y de cara al mar, no queda mucho y que factores constitutivos de la denominación de “puerto”, entendido no solamente como un punto de embarque y desembarque de mercancías, sino que además de una población que gira en torno a ello, forman parte hoy día de la memoria de la ciudad.

A lo largo del siglo XX, Valparaíso prácticamente perdió contacto con el borde-mar y, más profundamente, con la actividad portuaria, que por la naturaleza tecnológica que posee hoy, es necesario que se remita a espacios claramente delimitados.

Por último, sostenemos que la disposición arquitectónica de la ciudad potenció en sus orígenes un modo de vida centrado primero en la actividad portuaria y segundo en el espacio doméstico.
En efecto, la ausencia de espacios de encuentro y de áreas verdes o de esparcimiento en la organización urbana (por cierto hoy en recuperación), hizo que la actividadmás auténtica de la ciudad se generara al interior del espacio arquitectónico y que hoy se dé a nivel local y territorial.
A partir de lo anterior, pensamos que la clave de la identidad de Valparaíso se encuentra en los niveles cotidianos de sus barrios al interior de las grandes casonas decimonónicas infinitamente subdivididas, yfundamentalmente en sus cerros demarcados claramente por hitos urbanos históricos como son el Camino Cintura y luego la Avenida Alemania, los auditorios y el aumento de poblaciones y de villas generados a partir de la segunda mitad del siglo XX, que han logrado trasponer en algunos sectores de la ciudad, la cumbre de los cerros descolgándose “sin vista al mar” hacia el sector sur y este de la ciudad.

El educador polaco Suchodolsky sostiene que el pensamiento pedagógico se asienta entre la “existencia verdadera” del hombre y su existencia empírica.

La verdadera existencia humana estaría dadapor el mundo de los valores atemporales, inmutables y siempre válidos; por su parte, la existencia empírica estaría dada por una enorme y compleja red de circunstancias espaciales y temporales mutables y casuales.

Según este pensamiento, la escuela y la educación estarían dadas por “una actividad tendiente a inculcar en la juventud el patrimonio cultural del pasado”. La verdad, la belleza, la Gran Cultura, los grandes modelos que merecen ser imitados, son siempre del pasado y no son posibles de ser captados desde el aquí y el ahora.

Como señala Jaume Trilla: “Lo coetáneo y lo próximo, las circunstancias de espacio y tiempo en las que suelen vivir los sujetos ofrecen, más bien, una imagen de vulgaridad, de caos, de fealdad. Uno no suele tener por vecino a Sócrates o a Arquímides, ni por paisaje al Partenón o al Foro Romano. Para poder poner en contacto al educando con los grandes valores del pasado hay que distanciarle de su realidad circunstancial y configurar para su educación un lugar aparte en el que, de alguna forma, pueda materializarse la Gran Cultura que le debe ser inculcada”.

Vale decir, el pensamiento pedagógico tradicional como señala Trilla fabrica un mundo aparte del cotidiano, bien sea para reproducir algo que pertenece al pasado, o bien para producir una realidad que anticipe un futuro utópico.

La decisión de incorporar al niño a la cultura a través, y exclusivamente, por medio de los grandes valores atemporales e inmutables, trae incorporado el riesgo de marginar y separar al sujeto de las reales circunstancias de su entorno.

Lo anterior nos lleva a suponer que si una comunidad como la ciudad de Valparaíso decide organizar el traspaso de información patrimonial que eventualmente nos permiten hablar de un nosotros, el propio hecho de decidir qué se traspasará, cómo y paraqué, trae incorporado una cierta lectura de la realidad que no es necesariamente la que posee el alumno en su cotidiano vivir.

Una situación como ésta nos puede llevar a situar los esfuerzos por incorporar contenidos patrimoniales en la malla curricular de las escuelas en el centro de un eje de tensión, caracterizado por lo que el niño lee y comprende de la ciudad, de su territorio y de su entorno inmediatoy lo que la escuela le dice que es.

A partir de lo anterior sostenemos que el saber formal de la escuela se encuentra en muchos aspectos disociado del entorno y del saber cotidiano y coloquial.

El Valparaíso inmutable y atemporal, la visión romántica, aséptica, nerudiana, mercurial y de horizonte decimonónico.

Un Valparaíso suspendido en el pasado, un puerto que por cierto no posee fecha fundacional y que quizás en ausencia de un nosotros sostenido a través del tiempo se sostiene en su mito de origen.

Valparaíso es, desde luego, muchas cosas al mismo tiempo y su romántico puerto y su nostálgica bohemia, son sin duda alguna, parte constitutiva de su ser. Pero quizás en su dimensión más local y cotidiana también lo son sus calles sucias y llenas de perros, la basura tirada a raudales en las esquinas y sus patrimoniales casas ahogadas de óxido y olvido.

No podemos excluir al niño y al estudiante de su experiencia cotidiana con la ciudad.

Un concepto de patrimonio, un membrete de Patrimonio de la Humanidad, al interior de una urbe que sólo muestra el tiempo pretérito construido por los inmigrantes, viajeros, comerciantes y marinos extranjeros, un puerto que en su época de gloria fue el ingreso obligado de todo lo que llegaba a Chile y a Latinoamérica, todo pasó por las bodegas y los patios del puerto, pero como puerto que es, todo, o casi todo, tuvo incorporada la noción y la calidad de tránsito hacia otro destino.

Un barrio alemán, otro inglés, un palacete de cuál o tal estilo, apellidos fundacionales del viejo continente y docenas de lenguas extranjeras en las callejuelas del mitológico barrio chino del viejo puerto de Valparaíso.

Una ciudad que sólo parece ofertar el exotismo que el visitante quiere encontrar.

Pero, ¿dónde están el cotidiano existir de generaciones de habitantes que dieron forma y sentido a la ciudad? ¿Dónde está la historia social, la historia de las mentalidades, los epistolarios, los objetos cotidianos, el patrimonio diariamente necesario?

¿Dónde están los habitantes, el día a día de Avenida Alemania hacia arriba, los arriendos e infinitos subarriendos de las antiguas y derruidas casas de la parte alta de la ciudad?

El gran valor de la ciudad como espacio educador, no solamente está en un pasado inmutable, sino en la comprensión y en la empatía de recoger los sentimientos, esperanzas, tristezas y alegrías de quienes poblaron este espacio antes que nosotros y que tuvieron que enfrentar cientos de problemas y desafíos comunes que a lo largo del tiempo les dieron el espesor suficiente para autopercibirse como un auténtico nosotros.

Elsacar al niño del aula y llevarlo a caminar y a conocer la ciudad pasa también por potenciar la libertad que posee de elaborar y emitir juicios sociales y valóricos sobre lo que lee y comprende de la realidad. No podemos separar al niño de la elaboración de su propia ideología con respecto a su entorno. De ese modo la ciudad no formaría ciudadanos.

La ciudad es patrimonio de todos. Nuestros padres y abuelos caminaron por las mismas calles que hoy ocupamos, el nosotros nos permite emitir juicios y ejercer el derecho ciudadano y comunitario de intervenir y de participar en los destinos de la ciudad.

Tener escuelas de espaldas a la ciudad sólo es un modo de controlar todas las influencias educativas. Una ciudad educadora no separa al niño de su lugar social de origen tratando con ello de filtrar cualquier influencia externa que altere lo que la escuela ya ha decidido previamente entregar.

La escuela abierta se incorpora a la llamada bondad educativa del medio o se atreve a incidir en él, donde la escuela es uno más de sus elementos en la voluntad común de lograr un territorio educativo.

Una cultura se construye sobre la base de un territorio, la endoculturación no sólo pasa por la adquisición de conocimientos previamente organizados, sino que, además, por el llamado currículum oculto de la escuela.

Un espacio de aprendizaje que pasa por aquellas dimensiones no explicitadas y difíciles de percibir. Un espacio sustentado encontenidos culturales, rutinas e interacciones que conforman un todo que en muchas ocasiones funciona de manera involuntaria al interior de la unidad educativa.

Creo que es, finalmente, el concepto propuesto por Jaume Trilla de “territorio orgánica y armónicamente educativo”, la fórmula necesaria para nuestra ciudad.

Muchas veces me he referido a esa idea de cultura y de patrimonio inmutable y atemporal graficado bajo la forma de cultura de postal. Creo que es precisamente en ese nivel sustentado en lo anecdótico y en lo enciclopedista en donde la ciudad corre el riesgo de extraviar el legado de las generaciones anteriores.

Creo que el mejor ejemplo de lo que acá sostengo es el Taller de Acción Comunitaria del Cerro Cordillera (TAC), organización comunitaria que hace catorce años se instaló en una quebrada de la Avenida Alemania que se había transformado con el pasar del tiempo en unbasural. Voluntarios de la organización trabajaron limpiando el cerro, reforestándolo y construyendo, con mano de obra voluntaria y vecinal, un anfiteatro en donde hoy se desarrolla una enorme cantidad de actividades artísticas, musicales y teatrales.

A pocas cuadras del TAC, una población de antiguos obreros de la imprenta Universo donó una casa en donde se sitúa la llamada Casa Guttemberg, biblioteca comunitaria que ha logrado, pese a la incredulidad de muchos, el promover la lectura entre adultos y niños del sector.

Por lo talleres del TAC desde hace catorce años hasta hoy deben haber pasado unos 9 mil niños, hecho significativo que permite situar la construcción de una identidad al interior del Cerro Cordillera que traspasa a más de una generación.

Encuestas hechas en el sector permiten identificar a los vecinos como los dos hechos más significativos de la última década: el pavimento de las calles y la presencia del TAC como punto natural de encuentro y construcción.

Los niños participantes del lugar, situados territorialmente en el sector de Av. Alemania y Cerro Cordillera poseen una fuerte concepción de un nosotros y sienten que el patrimonio tangible del TAC, su anfiteatro, sus terrazas cultivadas y sus talleres, involucran la participación de sus abuelos, sus padres y sus hermanos mayores, cada uno de ellos al caminar demuestra un sentimiento de pertenencia con respecto al espacio físico y con respecto a los sentimientos y afectos construidos por más de una generación.

Creo, finalmente, que las identidades e historias en Valparaísoestán ahí esperando, esperando en su cotidiano, en espacios simples y sencillos.

Y es así como el edificio de la Población Obrera La Unión, ubicado a escasos metros del TAC, abandonado y huérfano de todo tipo de proyectos e iniciativas,continúa vivo y no es solamente una borrosa imagen de una foto de hace cien años.

En los pasillos de la Población Obrera, como en tantas otras casas de nuestra ciudad, continúan transitando personas que como nuestros abuelos protagonizan sus sueños e ideales, habitantes de una cotidianeidad que la discursividad oficial nos niega. Nuestra ciudad comete una grave falta al idealizar un pasado utópico excluyéndolo de su presente cotidiano.

No es posible que la idea de patrimonio y de identidad divague en medio del gran péndulo que existe entre lo político y lo mediático; no es posible construir ni consolidar sobre lo transitorio y lo efímero. La ciudad entendida como asentamiento, provoca relación y comunidad, y esa, la ciudad cotidiana y real, esla que nos otorga identidad.

El único modo de mantenerla y proyectarla es a través de una educación de puertas abiertas que logre socializar al niño a partir de los parámetros que le pertenecen y del cual él mismo forma parte.

Comisión Bicentenario Revisitando Chile: identidades, mitos e historias Valparaíso, 19 y 20 de diciembre de 2002

Luciano René San Martín Gormaz Académico Facultad de Arte, Universidad de Playa Ancha.

Fuente: http://www.bicentenario.gov.cl

CARTA A UN AMIGO IMAGINARIO

"Gratitud"
Óleo y collage sobre madera
81x76 cm.
Querido amigo que guardas los sueños del mundo en cajas de color y aceites pincelados, he aquí mis sentimientos. Son lágrimas reales de uno que anhela alcanzar la eternidad. Alguien dijo que era un sueño pero ¿quién no guarda sueños en su aljaba?

Buen amigo desconocido: quiero llover sobre mi pintura y seguro, como tú, aparecer un día en un sol imaginario riendo a mandíbula batiente, cuando el día declina. Bueno, solitario, esto soy yo: alguien que se encierra en el sótano, uno que pasea desalmado por su taller, nervioso, impaciente... y de pronto encuentra la respuesta.

Querido pintor: quizás tú no existes, mas yo se que eres real. Eres ese muchacho desgarbado que traza líneas incomprensibles sobre otro diversificado formato-soporte. Eres ese viejo que mira por el cristal, recibe a sus viejas señoras y ríe perpetuamente entre sus humos violáceos.

Sí, amigo, eres mi amigo, mi único amigo, imaginario. Yo no soy más que un pirata, un músico de las manchas, un recién llegado al cuadro que tú estás pintando hace días y no puedes consolidar.